sábado, 5 de abril de 2014


           KALONIKO-NYKUR
                             (UN POCO DE TODO)

Los tiempos cambian y no sólo tecnológicamente. A veces y muy en contra de nuestra voluntad, debemos ajustarnos y aceptar lo que viene aunque por lo regular no sea lo mejor. Antiguamente,  la gente se relacionaba con sus semejantes  para tener conocidos, hacer amigos, ampliar su círculo sin buscar ningún interés sino era el de sentirse bien.

Las cosas han cambiado, pues ahora nadie trata a nadie más de una vez a menos de que calcule positivamente que  puede obtener de la persona algo en su beneficio. ¿Qué sucede con esta humanidad? Nos han puesto tan cerca del precipicio que ya muy pocos tienen algo que ofrecer o dar, por lo que no les queda otra solución que vivir sin relaciones verdaderas, ningún amigo y menos alguien que ayude desinteresadamente.

Podemos decir que las cosas en general están peor que ayer y mejor que mañana. ¿Existe alguna solución? Todo la tiene, pero en ocasiones cuesta más ponerla en marcha que dejar todo por el curso en que la humanidad lo lleva.

¿Cuántos verdaderos amigos tiene usted, amigos … amigos, no conocidos? No me diga que superan los dedos de una mano. Y, sobre todo, no se le ocurra ponerles a prueba para comprobar si tengo la razón, porque entonces tendrá que superar la desilusión y tal vez la depresión que agarre al darse cuenta que somos un mundo de conocidos egoístas, nada  más. ¿No es cierto que a veces siente una inmensa soledad?

Crearon una serie de redes sociales para apaciguarnos y que no nos demos mucha cuenta de lo que sucede, pero tampoco funcionan, pues resulta que sólo sirven para conocer la imagen que otros nos presentan.
                                                                        por Nykur

                               Moda y Vanidad
                       (mis personajes etéreos)


En la siguiente aparición ante mí de Moda y Vanidad, mis 
personajes etéreos quisieron abundar en el tema de las 
playas nudistas, donde en una de ellas nos conocimos. 
Moda intervino para decir que fue a partir de los años 50 
del siglo pasado, cuando en las costas francesas del
Mediterráneo se hicieron populares esta clase de playas. 
Agregó que de ahí pasó la práctica a Creta, hasta llegar a 
las playas caribeñas. Vanidad, impaciente por hablar, 
aclaró que tal aceptación fue apenas del siglo pasado, 
porque durante cientos de años el nudismo fue vetado
por el clero y las sociedades conservadoras de Europa y 
América, llegando a prohibir esa práctica en muchos países. 
Recuerdo, dijo Moda, que la isla de Rab, en Croacia, (1936) 
fue la primera de Europa en aceptar en sus playas a los 
grupos nudistas quienes adoptaron la norma de obtener 
“un equilibrio entre el hombre y la naturaleza“.
                                                                         
                                                                         Kalóniko. 

              UNA POESIA,  de Nykur

Yo les tendí mis manos y no vieron
lo que guardaba en ellas.
No vieron mis deseos, sólo vieron
dos manos que pedían, dos manos que se
                                             cierran.
Y me quedé los brazos extendidos
y con las manos llenas
de tierra, de paisajes, de países,
de sueños y quimeras,
de anhelos infantiles,
de cosas que no llegan.

Y corrí de uno en otro
llamando en cada puerta
queriendo encontrar uno, ¡uno tan sólo!
que al final comprendiera
que yo no pedía nada y que ofrecía
lo mejor de mí mismo a manos llenas.
Pero todos pasaban por el mundo
con esa indiferencia
de los que ya no sueñan litorales,
de los que nada esperan.

                 UNAS FRASES,  de Nykur

Todos tienen razón en este planeta … si les dejas hablar.

Cada camino y arroyo tienen, mínimo, un remanso. Cada persona, en alguna parte de su interior, rápidos que no saben adónde van.

Cada cual fabrica su propia cárcel … aunque algunas no tengan barrotes.


CUENTO DE UNA PRINCESA

Hace tantos años que ni la memoria de los más ancianos recuerda, existió un pequeño país de un continente muy escondido, al que aún se puede llegar por medio de algo que muy pocos conocen.

Y ahí vivió una princesa de larguísimos cabellos dorados, piel rosada y sonrisa llena de luz. Sus ojos siempre brillaban como si acabase de encontrar la verdad de toda la existencia. De su cuerpo se desprendía ternura en cada gesto y de sus manos salían caricias que mantenían su pueblo lleno de vigor y energía especial. La felicidad era la base de su reino.

Un día se enfermó y cayó en cama: el verde azulado de sus ojos se tornó gris, y aunque no era su deseo, se escapaba tristeza de su rostro. Sus manos carecían del movimiento necesario para transmitir la fuerza interior que la caracterizaba. Sus largos cabellos reposaban sobre su cuerpo cubierto, dibujando formas tan bonitas y dulces que habrían atraído a cualquier príncipe de reinos lejanos, si hubiese sabido de ella.

Todos pasaron junto a su cama para dejar a su vera miles de regalos. Todos lloraban, aunque secaron sus lágrimas al cruzar junto a ella para que no sintiera la tristeza que tenían al verla así. Hicieron cuanto pudieron por devolverle la luz que siempre había tenido, pero poco a poco se iba perdiendo.

Después de varios meses, una mañana, se presentó un joven apuesto, alto, de andar firme y en sus ojos ese brillo que da la seguridad. Se acercó a su cama, tomó la mano de nuestra princesa, la besó y sonrió sin dejar de mirar sus ojos. Y toda la mañana la pasó allí: le habló de mil lugares que sólo él conocía, y le contó otras tantas historias por las que había cruzado. Mientras hablaba construía cosas con sus manos sirviéndose de otras más simples que iba tomando de alrededor, y al caer la noche, con ese aire del niño que jamás ha pecado, le declaró su amor.

Los ojos de la princesa parecieron brillar por un instante, sus labios se fruncieron en un mohín alegre para dejar salir su primera sonrisa después de tanto tiempo.

A la mañana siguiente ya estaba mejor. El joven se quedó en el castillo y pasaba los días junto a su cama haciéndola reír, pero sin lograr totalmente que se levantara y corriera por los campos verdes que cubrían su reino, rompiendo el aire fresco con sus largos cabellos.

Una noche de lluvia tocaron el puente levadizo del castillo de piedra. Las cadenas bajaron y se oyó el chocar de madera al caer. Unos pasos muy lentos cruzaron y trajeron al patio un hombre empapado, bastante mal vestido y cubierta su cara por una barba negra que dejaba brillar una mirada teñida por el tiempo y los largos caminos.

Atravesó para dejar atrás los torreones, y al final llegó donde la princesa, tumbada en cama, observaba la puerta de su cuarto. Se acercó a ella chorreando en agua … y la miró. Sus ojos se cruzaron: ni una sonrisa, ni una palabra …

Nunca nadie del reino supo qué le dio, pero al día siguiente la princesa corría los campos verdes perseguida entre gritos  y risas por el primer visitante, mientras que el segundo, sentado en el césped, los miraba en silencio, callado …  acariciando su barba.

Cuentan que la princesa … ¡por siempre guardó a los dos!

                                                                                    Nykur

































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